Siempre que salgo de las sesiones, tengo
la extraña sensación de que la gente que me cruzo por la calle me mira más de
lo normal, lo que me ha llevado a plantearme que quizás acabe el tratamiento
con más trastornos de los que supuestamente traigo. El caso es que no me gusta
mucho sentirme observado, así que los 2 días a la semana que tengo terapia
siempre salgo a la calle con la capucha de mi sudadera bien calada, unas gafas
de sol y mi IPod en modo aislante.
Mientras
espero el autobús, enciendo un cigarrillo. Una mujer sudamericana me lo
recrimina inmediatamente:
—¿Te importaría apagarlo? ¿Que no sabes que no se puede fumar en la parada del bus.
—¿Te importaría apagarlo? ¿Que no sabes que no se puede fumar en la parada del bus.
Pero si lo hago por todos, chica. ¿No sabes
que justo cuando te enciendes un cigarrillo aparece el autobús? Suelo tener
respuestas ingeniosas para casi todo, pero, a no ser que esté rodeado de mi
gente, no termino de animarme a decirlas. A veces creo que en mi cabeza se
rueda una ‘sit comedy’, como ‘Friends’ o algo así, en la que las cosas malas
que ocurren se solucionan con un gag, un chiste rápido o una expresión
sobreactuada. Una vez que el matón de turno del colegio me estaba dando mi
paliza semanal, y tras un directo al ojo izquierdo que me dejó bastante
maltrecho, se me ocurrió decirle: "¡Toma! ¿Has visto como he bloqueado tu
puñetazo con el ojo? ¡Flipa chaval!" Huelga decir que no se oyeron risas
enlatadas. El matón ni siquiera sonrió, no sé si porque no pilló el chiste, o
porque estaba demasiado ocupado decidiendo que parte de mi anatomía iba a
desgraciar a continuación.
El caso
es que como no se apreciaba mi talento, dejé de verbalizar mis ocurrencias. El
hombre que tengo a mi derecha decide verbalizar la suya propia.
—¡Pirucha de los cojones! Si te molesta el humo, ¿por qué no te vas a tu puto país de indios de mierda?
Hace un tiempo me habría puesto súper
nervioso ante un comentario así. Ahora, no. Cierro los ojos; respiro
profundamente y apago el cigarrillo, mientras subo al máximo el volumen de mi IPod.
De reojo veo como el hombre, un gordo calvo y con mostacho, continúa su
perorata haciendo cada vez más aspavientos, con la cara desencajada y las manos
moviéndose compulsivamente. Lo curioso del asunto es que parece que está
haciendo un playback perfecto del ‘bohemian rapsody’ de Queen, que estoy
escuchando ahora mismo:
—"…Scaramouch, Scaramouch will you do the fandango? Thunderbolt and lightning, very very frightening me".
En
ese momento se unen dos mujeres a la discusión.
—"Galileo, Galileo, Galileo Figaro. Magnificooo-oohh-oooh!"
—"Galileo, Galileo, Galileo Figaro. Magnificooo-oohh-oooh!"
Perfecto.
¡El coro lo han clavado! Las risas enlatadas atronan en mi cabeza.
Me sigo preguntando por qué las cosas más
increíbles que experimentamos en la vida, siempre ocurren cuando uno está solo:
avistamientos de ovnis en una comarcal entre Albacete y Cuenca; una estrella
del pop de incógnito, con arranques ninfómanos en el ascensor de un hotel; el
Yeti haciendo snowboard en Candanchú… tantas y tantas historias oídas, que
suenan a ficción, solo por el hecho de carecer de testigos que las avalen.
Menos mal que ahora con los móviles lo podemos grabar todo.
No sé si ha sido la vibración de mi teléfono
lo que me ha conducido inconscientemente a este pensamiento, o que he tenido un
momento ‘precognición’. En cualquier caso, subo al autobús, que acaba de
llegar, y dejo a Freddy Mercury y compañía en la parada, repasando sus grandes
éxitos. Mi Iphone sigue vibrando con la insistencia que solo una persona es
capaz de conseguir.
—Hola mamá…
—Hola mamá…
No hay comentarios:
Publicar un comentario