jueves, 12 de junio de 2014

3. Calvos, piruchas y cintas de queen

  




  Siempre que salgo de las sesiones, tengo la extraña sensación de que la gente que me cruzo por la calle me mira más de lo normal, lo que me ha llevado a plantearme que quizás acabe el tratamiento con más trastornos de los que supuestamente traigo. El caso es que no me gusta mucho sentirme observado, así que los 2 días a la semana que tengo terapia siempre salgo a la calle con la capucha de mi sudadera bien calada, unas gafas de sol y mi IPod en modo aislante.
  Mientras espero el autobús, enciendo un cigarrillo. Una mujer sudamericana me lo recrimina inmediatamente: 

¿Te importaría apagarlo? ¿Que no sabes que no se puede fumar en la parada del bus.

  Pero si lo hago por todos, chica. ¿No sabes que justo cuando te enciendes un cigarrillo aparece el autobús? Suelo tener respuestas ingeniosas para casi todo, pero, a no ser que esté rodeado de mi gente, no termino de animarme a decirlas. A veces creo que en mi cabeza se rueda una ‘sit comedy’, como ‘Friends’ o algo así, en la que las cosas malas que ocurren se solucionan con un gag, un chiste rápido o una expresión sobreactuada. Una vez que el matón de turno del colegio me estaba dando mi paliza semanal, y tras un directo al ojo izquierdo que me dejó bastante maltrecho, se me ocurrió decirle: "¡Toma! ¿Has visto como he bloqueado tu puñetazo con el ojo? ¡Flipa chaval!" Huelga decir que no se oyeron risas enlatadas. El matón ni siquiera sonrió, no sé si porque no pilló el chiste, o porque estaba demasiado ocupado decidiendo que parte de mi anatomía iba a desgraciar a continuación.

  El caso es que como no se apreciaba mi talento, dejé de verbalizar mis ocurrencias. El hombre que tengo a mi derecha decide verbalizar la suya propia.

¡Pirucha de los cojones! Si te molesta el humo, ¿por qué no te vas a tu puto país de indios de mierda?

  Hace un tiempo me habría puesto súper nervioso ante un comentario así. Ahora, no. Cierro los ojos; respiro profundamente y apago el cigarrillo, mientras subo al máximo el volumen de mi IPod. De reojo veo como el hombre, un gordo calvo y con mostacho, continúa su perorata haciendo cada vez más aspavientos, con la cara desencajada y las manos moviéndose compulsivamente. Lo curioso del asunto es que parece que está haciendo un playback perfecto del ‘bohemian rapsody’ de Queen, que estoy escuchando ahora mismo:

"…Scaramouch, Scaramouch will you do the fandango? Thunderbolt and lightning, very very frightening me".

En ese momento se unen dos mujeres a la discusión.

—"Galileo, Galileo, Galileo Figaro. Magnificooo-oohh-oooh!"

 Perfecto. ¡El coro lo han clavado! Las risas enlatadas atronan en mi cabeza.

  Me sigo preguntando por qué las cosas más increíbles que experimentamos en la vida, siempre ocurren cuando uno está solo: avistamientos de ovnis en una comarcal entre Albacete y Cuenca; una estrella del pop de incógnito, con arranques ninfómanos en el ascensor de un hotel; el Yeti haciendo snowboard en Candanchú… tantas y tantas historias oídas, que suenan a ficción, solo por el hecho de carecer de testigos que las avalen. Menos mal que ahora con los móviles lo podemos grabar todo.

  No sé si ha sido la vibración de mi teléfono lo que me ha conducido inconscientemente a este pensamiento, o que he tenido un momento ‘precognición’. En cualquier caso, subo al autobús, que acaba de llegar, y dejo a Freddy Mercury y compañía en la parada, repasando sus grandes éxitos. Mi Iphone sigue vibrando con la insistencia que solo una persona es capaz de conseguir.

—Hola mamá…

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