Estoy
en un pasillo oscuro. La única luz que veo parece venir de la rendija de una
puerta entreabierta, en un lateral del pasillo. Avanzo a tientas hasta ella. No tengo miedo; no tengo ansiedad.
Introduzco la mano por la abertura y abro la puerta. Es una clase tipo
anfiteatro, como las que había en mi instituto. Las mesas están cubiertas de
polvo; las persianas, rotas en su mayoría, dejan pasar una crepitante luz
anaranjada. En el exterior se oye una sirena distante.
Avanzo por la estancia hasta el escritorio
del profesor. Hay algo escrito en la pizarra, pero está medio borrado. Solo
alcanzo a leer
A S NO. Algo se rompe detrás de mí. De repente, el aula se queda
totalmente a oscuras. No tengo miedo.
Oigo pasos y voces. Los pasos se acercan; alguien abre la puerta y enciende la
luz. Los fluorescentes parpadean repetidas veces antes de encenderse por
completo. La clase se ilumina, pero ahora está llena de gente. Oigo risas.
Junto a la puerta, mi madre y mi profesora de literatura del instituto me miran
con los ojos muy abiertos. Mi madre se acerca a mí.
—Mario, ¿pero por qué no te has puesto la ropa que te he dejado junto a la cama? ¡Eres un desastre!
Me doy cuenta de que estoy en calzoncillos.
Las risas aumentan de intensidad. No
siento vergüenza; no siento ansiedad. Mi madre vuelve a la carga:
—Mario, dime… ¿por qué te empeñas en avergonzarme? Di, ¿eh? ¿Por qué? ¡Dime! ¡Di!...¡DI! ¡DI!
¡BIP!...
¡BIP!...¡BIP!...¡BIP!...¡BIP!... ¡Clonc! ¡Plaff! ¡Clink! ¡Joder, joder! ¡Dioooooos! ¡Qué asco de alarma!
Me incorporo en la cama, mientras observo la lamparita, que vuelve a estar rota en el suelo. ¿Otra vez? Tengo esa sensación
de no saber exactamente qué día de la semana es… aunque tampoco me importa
demasiado. Miro mi móvil; son las 10:30 del miércoles 6 de noviembre. Ningún mensaje interesante.
Casi por inercia enciendo el ordenador y, mientras arranca, voy haciendo café. Es una maniobra que he perfeccionado hasta el punto de poder realizarla en la casi total oscuridad. Son esas cosas que, de tanto repetirlas, acabamos haciéndolas automáticamente. Me gustaría saber por qué una cosa que llevo haciendo tantos años, como levantarme, me sigue costando tanto.
Casi por inercia enciendo el ordenador y, mientras arranca, voy haciendo café. Es una maniobra que he perfeccionado hasta el punto de poder realizarla en la casi total oscuridad. Son esas cosas que, de tanto repetirlas, acabamos haciéndolas automáticamente. Me gustaría saber por qué una cosa que llevo haciendo tantos años, como levantarme, me sigue costando tanto.
La ducha es otra historia; por mucho que
intente acostumbrarme a mi nueva condición, creo que nunca lo conseguiré. Bueno,
nueva entre comillas, porque ya llevo un año padeciéndola. ¿Había mencionado que
tengo quemaduras en la espalda? Es… una larga historia. Resumiendo: el agua
templada me hace llorar del dolor; incluso en pleno enero, me tengo que duchar
con agua fría. Genial, ¿verdad? Hipersensibilidad térmica, me dijeron. También que,
si me hubiera quemado en mayor profundidad, el nervio se habría destruido y no
sentiría dolor. ¡Toma ya! Ni aposta. ¡Cómo no voy a sentirme afortunado!
La ducha dura exactamente lo que tarda la
cafetera en gorgotear. ¿Habrá alguien a quien no le guste el olor del café
recién hecho? Embutido en un albornoz de NH hoteles, me siento frente al
ordenador y voy dando cuidadosos sorbos de mi taza de Star wars.
Es curioso lo mío. En mi estado de
‘depresión’ la cafeína es mi mayor amiga; sin embargo, puesto que padezco ansiedad,
la tengo totalmente prohibida. Pfff… que me busquen. Probé con el descafeinado un tiempo… pero
viene a ser como los cigarrillos electrónicos… un 'quiero y no puedo'. ¡Blerg! A
ver, sé que seguramente tenga más posibilidades de sufrir un ataque de ansiedad
si llevo tres cafés en el cuerpo, pero más peligroso es que ande por la calle
como un zombi que ni siente ni padece. Hace unos meses estuvo a punto de
atropellarme un autobús. Yo… supongo que quise apartarme, pero mis piernas
tenían otro plan. El caso es que el conductor frenó en seco. Siete heridos de
diversa consideración en el interior del autobús y yo ni un rasguño. Ironías…
Tengo una cierta sensación de ‘déjà-vu’.
Quizás sea porque llevo repitiendo esta ceremonia desde que perdí el trabajo, a
principios de año. Casi todos los días me levanto sobre las diez y media. Podríais
pensar que soy un puto vago, pero si tenemos en cuenta que difícilmente me
duermo antes de las cinco de la mañana, la cosa cambia. Pero vamos, no pierdo el
sueño por lo que pueda opinar la gente de mí. Lo pierdo, sin más… yo solito.
Imaginad que os estáis quedando dormidos. Una
sensación de paz increíble; después de estar todo el día de arriba para abajo,
por fin comenzáis a descansar. Os dejáis caer bajo la balada hipnótica de Morfeo;
casi notáis el momento exacto en el que vais a perder la conciencia… y de
repente, un interruptor se activa. Morfeo cambia su lira por una Fender stratocaster
y se marca un punteo digno de Jimi Hendrix.
Y
entonces se inician mil conversaciones a la vez en vuestra cabeza, sobre los
temas más variados: cosas que habéis hecho durante el día, aquello que pensasteis
y no dijisteis, por qué no lo dijisteis, qué habría pasado si lo hubierais
dicho, que habría pasado si hubierais nacido en otro país; como sería pensar en
otro idioma: What the fuck? Am I thinking
in english?; ¿y si hubierais nacido en otro tiempo? ¿Y si hubierais nacido en otro país y en otro
tiempo? ¿Y si no hubierais nacido nunca? ¿Tendríais conciencia de algo?
¿Qué hacen las almas cuando no están en un cuerpo? Almas… almas…
Al...ba. Dios, ¡qué guapísima es! ¿Por qué no le dije nada? ¿Y si se lo hubiera dicho?
¿Y si fuera inglesa? You are the most beautiful girl I´ve ever
seen. Mierda, ya estoy pensando otra vez. No
pienses en nada. Un momento… ¿pensar en no pensar en nada cuenta?¡joder! ¡¡YA!!
¡Se acabó! Este es el último pensamiento. Me voy a dormir. Dormir… dormir… eso
es, como si fuera un mantra. ¡Ah... otra vez! Shhhh…Dor-mir…dor-mir…dormir…
trermir, cuatromir. ¡bufff!
Cuanta más resistencia oponéis, más os desveláis.
Esa mierda os puede tener dando vueltas en la cama durante horas. Y creedme, no
queréis tener la espalda hipersensible en esos momentos de rodeo nocturno. Pero, en el fondo sé, que toda esa sinfonía de sinsentido la compongo para evitar pensar en... otras cosas más... desagradables. Mi vida es, como iréis comprobando, extremadamente divertida. Si, ya sé que puede parecer que me quejo
amargamente por todo. Pero si uno no se puede desahogar mentalmente ante su
público imaginario... ¿que le queda?
Hace tanto que aprendí a convivir con las voces de mi cabeza que puedo de dormir a cincomir en cero coma. Shhhhh.... ¡Calla coño!
ResponderEliminarPerdona, me encanta, imaciente me hallo
PS: 4 manos
Shhhhh...callateeee. jejeje. Gracias bro. Mañana cuelgo el siguiente. El 4 manos tendrá q esperar un poco x los nuevos acontecimientos. Te iré contando. Abrizo
ResponderEliminar