viernes, 27 de junio de 2014

6. Happy hour






“Escápate a la India”
“Pasa 2 noches en París”
“Vuela a Londres por 25€”

  Entre sorbo y sorbo de café voy borrando morralla de mi correo.
¡Bufff! Odio que se me acumulen los mensajes. Entonces reparo en un correo que no vi en su momento. La fecha es de hace cinco días y el remitente… soy yo.  Normalmente no le daría mucha importancia, pero hace un tiempo que estoy sufriendo pequeñas lagunas; como si estuviera ausente unos momentos. Creo que una de las primeras veces me ocurrió el mes pasado, mientras comía con mi amiga Sara. Por lo visto me quedé masticando un trozo de hamburguesa durante media hora, según ella, con los ojos perdidos en el infinito. Entonces entendí por qué, últimamente, la gente me pregunta si me encuentro bien.

  El correo no tiene asunto. Lo abro. Nada; está en blanco. ¿Esto qué mierda es? Si no fuera porque ya no tengo dudas al respecto, pensaría que se me puede estar yendo la olla. Apuro el café y cojo el móvil. Hay cinco llamadas perdidas. ¿Otra vez lo he dejado en silencio?

  El teléfono de casa suena. Miro la hora en mi móvil. Las 11:11. Cómo no. Descuelgo. 

¡Hola, número oculto! Un día raro, gracias. ¿Qué tal el tuyo?

Silencio. Me siento raro. ¿Estoy enfadado? 

¡Ja! No ha colado. ¿Sabes? Lo que más me intriga es el tema de la hora. ¿Por qué las 11:11? Lo he mirado en internet y dice no sé qué historias de portales energéticos y movidas de sanación mundial. Espera; ¿no serás uno de esos frikis espirituales? No; eres… un viajero temporal que quiere avisarme sobre el fin del mundo. ¡Eso es! Una tormenta solar que nos envuelve y, ¡hala! todos fritos en un segundo; o… un meteorito del tamaño de Móstoles, que cae en mitad del atlántico. Merecería la pena solo por ver las imágenes de las noticias, a ver si se parecía en algo a lo que sale en las películas. Perdona si sueno un poco tremendista; tengo excusa, soy mentalmente inestable.

Decididamente, estoy cabreado. 

Bueno, tengo que dejarte. Es que… sinceramente, no me apetece una mierda seguir hablando. Son las ventajas de ser monologuista. Uno decide cuándo habla. ¿Te parece mal?

Silencio 

¿Ves? Lo que pensaba. Bueno… titubeo venga, adiós.

Cuelgo. Reconozco al instante la sensación de vacío que me embarga. Es uno de mis momentos autodestructivos, en los que creo que ya no queda nada en mi vida que merezca la pena salvar. Si por lo menos fuera niño otra vez… o si tuviera trabajo… o si estuviera enamorado. Sé que mi situación no es tan mala. Mis padres me adoran, tengo unos amigos increíbles que hacen lo imposible por estar conmigo. La salud física y mental podría ser bastante mejor, pero por lo menos me puedo valer por mí mismo. Soy muy consciente de todo eso. Es precisamente por ese todo, que me siento culpable por no tener ganas de seguir adelante. Es sólo algunas veces. Ni siquiera la mayoría del tiempo. Pero es una sensación poderosa, y me asusta. Abuelo… te echo muchísimo de menos.

  El móvil suena en mi mano. Contesto sobresaltado.

¡Lo siento! No tienes la culpa de nada. Es que he tenido una mala noche. 

No, ya sé que no es culpa mía. Tus flipadas son cosa tuya. ¿Tenías el móvil introducido en el recto, 'julai'?

Una voz familiar me desconcierta por completo. El acento de macarra de clase alta es inconfundible. ¡Joder, Tocho! Caigo en la cuenta de que estoy hablando por el móvil, y no por el fijo. Mientras, me invade una aguda sensación de haber olvidado algo importante. 

¿Eh? ¿Tocho? 

No, qué va. Soy el puto Aimeen Randell. ¿Y a que no sabes qué?

Spoiler alert! No se atreverá. 

¡Tocho! Ni se te ocurr... 

Acabo de rebanarle el pescuezo a Nargon Yonas del clan híbrido.

Sin vacilar ni un segundo, me revienta el final de temporada de “Ancient souls”. ¡¡Vendetta!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario