miércoles, 14 de septiembre de 2016

10. El salvador






¿Conocéis esa leyenda urbana… “tengo un amigo que un día se quedó pillado”? No es una leyenda. Yo tengo un amigo que, de un día para otro, perdió el norte por completo. No sabemos si es que se metió un tripi caducado; si hizo un viaje astral, y no volvió solo; o si cogió una vela y frente al espejo de un baño repitió tres veces ‘Bloody Mary’. Tratándose de Félix bien pudo ser cualquiera de las tres opciones. 
  
 A ver, no me malinterpretéis. Podríais pensar que ya era todo un personaje antes de que ocurriera lo que fuera que ocurrió, y… acertaríais de pleno, la verdad. Intentaba decir que en el fondo era una persona normal; con sus rarezas, como todos. Pero me doy cuenta de que intentaría disfrazar una realidad para verla a mi gusto, y Félix no se merece eso. Porque aunque tiene cosas de auténtico desequilibrado, siempre ha sido un trozo de pan. Es uno de esos amigos que siempre está; en los momentos buenos… en los malos… y sobre todo, en los extraños.

 El caso es que empezamos a darnos cuenta de que Félix desvariaba más de lo normal. Si tuviera que apostar, diría que fue a raíz de la muerte de su hermano, Salva. Salva… ese chico era la persona más increíble que he conocido en mi vida, con el permiso de mi abuelo y mi hermana, claro. 

  La muerte de Salva no ayudó precisamente a que me creara una imagen de justicia divina. La genética no entiende  de justicias. El milagro de la vida nos dice que somos quienes somos porque un determinado espermatozoide de entre millones, fecunda otro determinado óvulo cuya generación responde también a cifras astronómicas de probabilidad. Si hubiese sido otro espermatozoide el que hubiera fecundado ese mismo óvulo, no habríamos nacido nosotros, sino cualquier otro de los trescientos millones de hermanos posibles que una eyaculación media permite. Así que, teníamos una posibilidad entre trescientos millones de haber conocido a Salva. ¡Menuda lotería! El problema es que su espermatozoide venía con un añadido. Un pequeñísimo fallo en un gen que determinaba una proteína, minúscula pero vital para el desarrollo muscular, condenó a Salva a una silla de ruedas a los doce años. Casi todos los recuerdos que tengo de él, son con esa silla.

 Todo este rollo de probabilidades y genética sirve para entender como pensaba Salva, y como pensaba Félix; los dos eran uno. Tenían ese rollo que hay entre gemelos, pero sin serlo. Salva era un  año mayor que Félix, y era curioso verlo adoptar ese papel de hermano mayor en su silla de ruedas. “Eh campeón… ¿tú sabes por qué estoy en silla de ruedas?”, le dijo a uno que se estaba riendo de Félix. “Por los efectos de la onda expansiva provocada por el hostión que le metí a uno que miró mal a mi hermano. ¿Me sigues, o te hago un croquis?” Dios… ¡qué grande! Era un buenazo, pero… que no le tocaran a su hermano.

 Y es que, ya por aquellos entonces, Félix sufría las consecuencias sociales de ser “distinto”. La mayoría de los niños le llamaban Pirado desde que tenía ocho años. Y ya sabéis lo que pasa en los colegios. Una vez coges un mote, no lo sueltas. Y como muchos de los niños que están contigo en ese colegio luego van al mismo instituto que tú, el mote se te pega a la chepa, a veces, hasta la facultad. En mi grupo de amigos del instituto casi todos teníamos este ‘apellido’ que los compañeros más ingeniosos regalaban a diestro y siniestro. Eramos: Salva  ‘ayrton senna’ García; Félix ‘pirado’ García; Isabel ‘rizos’ Montero; Alberto ‘Tocho’ Mendoza; Álex ‘empanao’ Torres; Sara ‘Candy-candy’ Herreros… y el menda, Mario ‘tomorrow’ Martín. En mi caso, el mote hace referencia a mis labios, que son bastante grandes.

 Pero tanto Félix como yo le deberemos siempre a Salva que nuestras vidas no se hundieran prematuramente; porque si tienes un mote de apestado, puedes olvidarte de ser alguien en los momentos de tu vida en los que más te importa lo que la gente piense de ti. Sólo alguien del carisma de Salva era capaz de cambiar un mote, y reencauzar una vida social descarriada. A su hermano le decía que la gente no le venía llamando pirado desde el colegio, sino ‘pirata’; que solo alguien audaz y valiente como él merecía semejante apodo. Lo curioso es que, no solo convenció a Félix; al poco tiempo todo el mundo le llamaba pirata. Hay que reconocer que tiene gancho.

  Respecto a mi...veréis, desde pequeño siempre tuve unos labios bastante grandes, así que os podéis imaginar por dónde irían los tiros. ‘Carmen de mairena’ ganaba a los puntos a ‘morro-cotudo’ en la carrera para convertirse en mi losa y lápida, pero una genialidad de Salva dio un giro dramático a los acontecimientos. Cierto día, la profesora de inglés escribió en la pizarra ‘Tomorrow’ y Salva, que solía andar muy al quite en cuanto a juegos de palabras se refería, soltó un: “Anda, como Mario; to morro”. Hubo un segundo de silencio, seguido de una carcajada multitudinaria. Hasta la profesora tuvo que aguantarse la risa. En un principio me sentó fatal, pero luego comprendí que era la única forma de evitar un mal bastante mayor. Además, conforme pasaron los años y mis facciones se proporcionaron, el mote perdió su significado inicial. Para las chicas que no me conocían desde pequeño sólo era un tío con un mote en inglés; y, según ellas, con una boca bastante apetecible. Quién me iba a decir que la causa de mi mayor complejo se iba a transformar en mi mayor aliado para ligar.

 Salvador se llamaba nuestro amigo, y nunca un nombre hizo tal justicia a su portador. Miro hacia arriba, hago un sutil brindis con mi cerveza y le doy un trago. 

Órdago a grande dice el pirata.

Póquer, pirata. Po-quer. ¡Concéntrate! responde Álex.

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