martes, 20 de septiembre de 2016

11. Diosas, tumbas y sabios


  Los jueves por la noche siempre juego a las cartas con mis amigos en el bar del Serafín, el padre de Sara. Es una costumbre innegociable desde hace quince años; el que falta está obligado a pagar una ronda. Miro a mi alrededor. Sara se muerde las uñas. Lleva ‘trio’ mínimo. Álex ha dejado de mascar el chicle que aún lleva en la boca, lo cual indica un ‘full’ o ‘escalera’. El pirata tiene hinchadas las aletas de la nariz y se rasca nerviosamente el lóbulo de la oreja izquierda, lo cual puede significar... cualquier cosa; no hay forma humana de saber lo que lleva. Esta mano puede ser mítica. Hay dos sillas vacías: la de mi derecha es la de Tocho. Lleva sin venir dos semanas consecutivas. Espero que tenga una buena excusa, porque si no, la ronda a la que se va a invitar va a ser de Vega Sicilia Único del 94. Miro a la silla de mi izquierda; esta lleva un año vacía. Sigo notando el pellizco en el estómago. Como adivinando mis pensamientos, Sara se arma de valor y hace la fatídica pregunta.

Oye… ¿cómo está tu herm… qué… qué tal le va a… Aroa?

La pobre ya tiene los ojos medio llorosos. Sonrío, intentando quitar hierro.

Dice mi madre que está bastante bien. Está trabajando en un Zara; no recuerdo cual me dijo.

Está que arde dice el pirata.

En ese momento, Alex se atraganta con la cerveza que estaba bebiendo y comienza a toser compulsivamente. Sara abre mucho los ojos y mira al pirata.

¿Qué? pregunta él. La mira sin entender la reacción—. La mano, que está que arde. Alex va con color, tu llevas trío de reinas y Mario Full de ases y sietes. 

¿Queeeee? ¡Sí, claro! disimula Sara.

¡Buah! ¡Tú estás flipando, chaval! dice Álex, mientras nos mira con desconfianza. 

Echo un vistazo a las cartas que tengo en la mano. Por absurdo que parezca, tengo tres ases y dos sietes. Sonrío y pongo mi mejor cara de ‘ni de coña’. Es uno de esos momentos ‘pirata’, que ni entendemos, ni jamás entenderemos.

Voy con siete chapas dice el pirata.

¡Ah! Vamos a ver; crees que tenemos ese pedazo de cartas y vas con siete chapas, ¿no? dice Álex. El pirata no cambia un ápice su expresión. 

¿Qué cartas? le responde con, juraría, total sinceridad.

Nos miramos sin saber qué hacer.

Paso dice Sara, sacudiendo la cabeza. 

Increíble; no voy masculla Álex.

Miro mis chapas; me quedan solo cinco. Menudo madafaca. 

No llego. ¿Hay préstamo? pregunto. 

Mi themo que el banco ha serradou sus puertassss, camarrada dice el pirata con un extraño acento, procedente de... vete a saber dónde, mientras recoge las chapas de la mesa. En ese momento dirige su atención a mi móvil. Lo coge y se lo pone en el oído—. ¿Si? ¡Qué pasa ‘brodel’! Tapa el móvil con la mano y nos mira—. Es Salva, ahora vengo.

Se levanta y sale por la puerta dejando tras de sí un silencio bastante incómodo. Sara se lleva las manos a la boca, y el gesto se le tuerce en una mueca de pena muy suya. Automáticamente dos grandes lágrimas se le instalan en los ojos.

¡Ey! Venga, no pasa nada le digo. 

Ya… joder solloza es que no me acostumbro a estas cosas. Es muy fuerte. 

Es súper fuerte, sí dice Alex mientras manosea las cartas que hay sobre la mesa—. ¿Cómo coño sabía las cartas que tenía? El muy cabrito… ¿qué llevaría?... póquer de reyes, o algo así. 

  Mientras divaga, sus manos se acercan disimuladamente a las cartas que el pirata ha dejado. Cuando está apunto de cogerlas, un maní aparece volando e impacta sobre las cartas, a dos centímetros de la mano izquierda de Alex. Nos volvemos hacia la barra.

¡Eh, 'empanao'! brama 'el Serafín' desde la barra—. ¡Las leyes del póquer son sagradas en este local! ¿Me explico?
¡Papá!protesta Sara, mientras mira, con el rabillo del ojo, a Alex. Acto seguido esconde la cara tras el pelo, como hace siempre que se ruboriza.

  Es digno de estudio el caso de la familia Herreros: el padre tiene nombre de ente angelical, y físico de verdugo de la edad media; la madre, un prodigio mulato de la naturaleza caribeña, se llama Nieves; la hermana mayor, Inmaculada, es escort de lujo; la menor, Ginebra, es abstemia. En medio de este universo de ironía, Sara, cuyo nombre significa princesa, podría parecer ajena al gen del sarcasmo que porta su familia. Unos ojos azules enormes, acompañados de una sonrisa de diosa griega, sobre el fondo canela de su piel ‘made in Colombia, acompañado todo de un pelo cuyo color podría calificarse como ‘dorado estrella de cine’. Lo más curioso de todo es que ninguno de estos rasgos aparecería el primero de la lista si uno buscara una hipotética descripción de Sara en la enciclopedia.

Sara
Del hebreo ‘princesa’
1.    f. Humilde
2.    f. Sencilla. 
3.    f. De belleza absurda.


Por algún extraño motivo, parece desconocer que es guapa hasta decir basta. Esto, obviamente, no ocurre con el resto de la humanidad. Diría que un 99,9% de los tíos que conozco ha estado enamorado de Sara, en algún momento u otro de sus vidas. Yo, por supuesto, no soy la excepción; desde primaria hasta bien avanzado el instituto, bebí los vientos por ella. Pero entre su timidez y la mía, se juntó el hambre con las ganas de comer. Y cuando ya tuve la autoestima y madurez suficiente para haberle dicho algo, me di cuenta de que se había convertido en mi mejor amiga, y que bajo ningún concepto iba a poner en peligro aquello por un ‘a lo mejor funciona’. Llamadme raro, pero creo que la amistad es uno de esos tesoros que están absolutamente infravalorados. Que por mucho que se nos llene la boca hablando de los amigos y la amistad, la realidad es que a la mínima de cambio, donde dijimos ‘digo’ no cabe duda de que dijimos ‘diego’. Además, estas amistades que mantienes a los treinta, son de las que tienen visos de durar sesenta años más.

Pero lo más importante; yo sabía que ella solo tenía ojos para uno. Y es aquí donde la ironía, emblema de la familia Herreros, se cebó con Sara; se había ido a enamorar de ese 0,1% que no parecía sentir atracción por ella.

¡Me meo como una persona mayor! proclama Alex—. La putada es que el médico me ha prohibido que haga esfuerzos. ¿No tendrás por casualidad una grúa hidráulica para sostenerme el asunto, eh, Mario?  

Mientras, se ha levantado y me señala con las dos manos poniendo su famosa cara de ‘te encantan mis chistes, y lo sabes’.

¡Oh! ¡Chistaco nuevo! apunto—. Pues mira, grúa no, pero tengo una lupa. El único esfuerzo que harás, será el de encontrarte el asunto.

Lo señalo yo también, con las dos manos. Sara me mira a mí, luego a Alex, y finalmente suspira, conociendo a la perfección el desenlace de este ritual.

Críos; sois crí...intenta decir.
 
¡Madafacaaaaaa! exclamamos Álex y yo, mientras hacemos el signo de los cuernos con las dos manos.

y... allá vamos dice ella para sí, subiendo los ojos y dando un largo trago a su cerveza.

Sí, sé que a ojos profanos podríamos parecer unos inmaduros. Bueno, y según Sara, a los no tan profanos, también. Pero nunca nos ha importado demasiado lo que piensen de nosotros; especialmente, cuando estamos en grupo. La verdad, yo no soy muy de hacer el tonto, si no hay otro más tonto tirando de mi; ya sabeis, míster inseguro el camaleónico. Alex se encamina hacia los aseos imitando el ‘paseo malvado’ de Tobey Maguire en "Spiderman 3". Todo un abogado de Apple España, con su traje de dos mil euros, haciendo el gili en un bareto del barrio de salamanca. Si Steve Jobs levantara la cabeza. Sara lo sigue con la mirada mientras apoya la cara en las manos.
Empiezo a canturrear la canción de Candy Candy.

—"Búscame, sígueme, llámame Caaaandy"… 

¡Cállate, morritos! me espeta.

Venga, Sara; ya en serio. ¡Díselo de una vez! ¿No sería mejor que continuar viviendo en una canción de Pimpinela? 

Si, mira; este viernes, que se va a llevar a su nueva novia a la quedada; ahí, delante de todos, se lo digo. ¿Te parece? 

Anda que no molaría. Sara me mira apretando la mandíbula—. Es que mira que es ‘empanao’ de verdad. Creo que nunca ha sospechado nada. Lo que no puedo entender es por qué en todos estos años, no sólo no se lo has dicho, sino que no me has dejado que se lo insinúe siquiera. Suerte tienes de que sea tan legal. 

Mario dice ella, mirándome fijamente; no jugamos en la misma liga.

Doy por hecho que se refiere al tema económico, porque físicamente, ella no juega en ninguna liga humana. Ciertamente, Alex es un hombre proporcionado. Tiene esa sonrisa de capitán del equipo de futbol americano de las pelis, con hoyuelos incluidos, el pelo oscuro en media melena, concienzudamente despeinado, y los abdominales rollo ‘this is sparta’. Podríais pensar a estas alturas que todo esto es un cliché tremendo: “chica guapa se enamora de chico guapo”. Lo curioso del asunto es que Sara lleva enamorada de Alex desde que ambos tenían quince años. Y os puedo asegurar que hasta los diecinueve, que empezó a estirar en serio, Alex era el típico chico gordito con cara de empanadísimo. 

Te importa mucho más que a nosotros el rollo de la clase social, sarita. Además, tu padre tiene un garito en la calle Ayala; manco tampoco andará. 

Ella mira hacia la barra nerviosa. Su padre pasa la bayeta descuidadamente por una vitrina; no parece quitar la vista de los baños.

¡Quiero que los dejes como te los encontraste, ‘empanao’! ¡Impolutos!  berrea 'el Serafín'—. ¡Como si me fuera a comer una de boquerones encima de la tapa del váter! ¿Me explico, o te hago un croquis?

Sara entierra la cara entre sus manos. De entre la profundidad de su vergüenza alcanzo a entender un “por qué yo”. Sonrío, me levanto, y cojo la chaqueta de la espaldera de mi silla. 

 ¿Donde vas?  inquiere, alarmada. ¿Otro que se va? ¡Me habéis hecho un Jumanji en toda regla!

'Hacer un Jumanji'; es una expresión que usamos para indicar que ha habido una estampida generalizada. Es otra de nuestras tontadas de grupo, uno de los múltiples guiños a películas o series que nos decimos habitualmente: "cuenta con mi espada" (me apunto al plan); "¡zas, en toda la boca!" (me he quedado muerto); "¡Venga ya, Neo!" (versión actualizada del "no me seas Julio Verne"). Ni que decir tiene que Tocho es el "Pai Mei" (gran maestro) en cuanto a este tipo de chorradas se refiere. En cuanto a Sara, nunca dejará de resultarme divertido ver a una chica de porte exquisito, que más parecería responder al estereotipo que se preocupa por hablar como si perteneciera a la Casa Real, soltar frases como 'me habéis hecho un Jumanji'. Si es que lo tiene todo, la condenada.

 'Tranquila, Maguila', solo salgo a la terraza un momento; además, tu hombre no tardará en volver digo, señalando a la puerta de los baños. Le hago un guiño, le revuelvo el pelo, y salgo por la puerta del bar, hacia la terraza.

  La noche ha refrescado bastante, así que me ajusto la cremallera de la chaqueta por debajo de la barbilla. Mientras me enciendo un cigarro pienso en mi abuelo; en los gestos y costumbres que tenía en su día a día y en la impronta que muchos de ellos han causado en mí. Pienso en mis amigos, y en lo cómodo que me siento con ellos. Son como un oasis en el que puedo relajarme y ser la mejor versión de mí mismo.
Pienso en lo absurdo de la postura de Sara sobre las diferencias entre clases sociales. Quizá no soy el más indicado para entender cómo lo ve ella, pero creo que si te gusta alguien... te gusta. Punto. ¿Qué importa lo demás? Reflexiono de paso sobre la suerte que tuve de nacer en el seno de una familia bien acomodada. Mi abuela tenía tierras, un par de palacetes y tres títulos nobiliarios menores. No la llegué a conocer, pero según mi abuelo era tan maravillosa como para ocultar su alcurnia ante la multitud de pretendientes que su atractivo solía generar. “Tu abuela fue una Sara antes que tu Sara”, me dijo en alguna ocasión. Y ciertamente, por lo que vi en sus fotos, tenía una belleza sobria y atemporal. Se puede entender que mi abuelo, que por cultura, profesión y estampa, podía aspirar a las mujeres más increíbles de su época, se quedara prendado de ella, cuando la tuvo que atender de un desmayo que sufrió en plena Puerta del Sol. ¡Menuda forma de conocer a tu alma gemela! Mi abuelo tenía ese acuerdo con el destino; a cambio de ser una bellísima persona, la vida le iría poniendo en los lugares en los que debía estar, en el momento en el que tenía que estar.
Pienso ahora que nadie le habló de la letra pequeña de ese contrato.
Pienso que no merecía muchas de las cosas que le ocurrieron en la vida.
Pienso que no es justo que su mujer muriera con cuarenta y cinco años de una enfermedad que ni él mismo pudo diagnosticar.

  Una gota de sudor frío me recorre la frente mientras noto como mi pulso comienza a acelerarse.

   Pienso que si no me hubiera emborrachado cierto día, ahora mismo tendría la posibilidad de jugar una partida de ajedrez con él.

Piensas demasiado.

Me vuelvo, sobresaltado hacia una de las mesas que hay en la terraza. Allí, envuelto en la penumbra, está sentado Félix. Manosea mi móvil mientras mantiene la mirada perdida, arriba, en algún punto de las azoteas de los edificios de enfrente.

Hey, pirata. No te había visto. ¿Llevas ahí todo el rato? 

No. Sólo desde que salí.

Intuyo un diálogo de besugos, así que apago el cigarro y me dispongo a volver al bar.

No le gusta que hagas eso, por cierto dice, volviendo la cabeza hacia mí.

¿El qué? ¿A quién?

Agitarle el pelo

¿El pelo? ¡Ah!... ¿a Sara? ¡Anda ya, pero si se lo hago a todos mis amigos!

Por eso mismo. Tío, no sé cómo has podido olvidar esto también; pero es igual, sigue siendo una chica, ¿sabes? Aunque... que voy a saber yo se encoje de hombros—, solo soy... tú... 

Espero, en vano, que acabe la frase.

¿Eres mi... qué? ¿Olvidar... cómo? Él vuelve a mirar a las azoteas. Me remuevo, molesto, en la chaqueta; esto está tomando unos derroteros más surrealistas de lo que soy capaz de gestionar ahora mismo. Esta 'mierda' es buena, tío; piratina pura, sin adulterar. Intento, de nuevo, hacer mutis.

¿Alguna vez te has preguntado qué hay después de todo esto? inquiere, como si nada. Una vez más, detengo mi retirada. La situación empieza a recordarme a cierta película de buñuel.

¿De todo? ¿A qué te refieres? ¿Después de las partidas?, ¿después de Madrid?, ¿después de los treinta?

No responde. Sólo continúa mirando hacia las azoteas sin dejar el jugueteo nervioso que mantiene con el móvil. La situación me pilla desprevenido. Es la primera vez que Félix me hace una pregunta de este tipo. Me siento bastante incómodo, no porque crea que él no puede mantener una conversación de semejante calibre, sino porque me veo incapaz de responder nada que no suene frívolo, a una persona cuyo hermano murió en los años en los que debía estar comiéndose el mundo. De repente caigo en que yo también he perdido gente. Suspiro.

No sé, tío. Claro que me lo he preguntado; cientos de veces. Me siento en la silla contigua y acompaño su mirada con la mía. Antenas, tendederos y chimeneas se adivinan, más que verse, en un irregular paisaje urbano. ¿Qué mejor escenario para una conversación trascendental?—. Yo quiero pensar que vamos a un sitio mejor. Porque peor… ya iba a ser complicado, ¿eh? silencio. ¿Tú... que crees?

Félix deja el móvil en la mesa y entrelaza las manos detrás de su cabeza, improvisando un apoyo gracias al que puede dirigir la mirada más arriba de las azoteas.

No se ven las estrellas en la ciudad dice, entrecerrando los ojos—. Es decir, sabemos que están ahí, pero no las vemos.

Tras unos segundos comprendo que la frase terminaba ahí; y no me hace falta más. Asiento, con una sonrisa amarga.

¿Has estado alguna vez muerto? me suelta sin anestesia. 

¿Que si…? pero… ¿qué quieres decir? Intento buscarle sentido al sinsentido. Creo que acabo de sufrir una sobredosis de piratina—. ¿Cómo voy a haber estado muerto alguna vez? me aguanto una risa o tal vez un suspiro, no sé muy bien. ¡Pues claro que no, tío!

Si no has estado muerto ninguna vez, no sabes cómo es; y si no sabes cómo es... ¿cómo sabes a ciencia cierta que ahora mismo no lo estás?

Durante un momento sus palabras flotan en mi cabeza. Me siento extraño, y, lejos de intentar argumentar automáticamente en defensa de mi estatus como ser vivo, pienso acerca de las implicaciones de semejante ‘perla’. Entro en una especie de trance en el que soy consciente de cosas que normalmente mi cerebro desecha:
Dos perros ladran en la esquina de la calle;
una sirena lejana se eleva sobre el sonido del tráfico;
una cucaracha corretea entre las mesas;
una tos seca surge de una ventana próxima.
Y por fin noto el latido de mi corazón, y mis pulmones llenándose de aire, y la sangre bañándome de vida; y siento un extraño alivio. Miro a Félix y me da la sensación de que lleva un rato mirándome fijamente, con una sonrisa burlona en la cara.

¡Te has rayado mazo! – me dice con orgullo.

¡Serás ca-pu-llo! silabeo divertido. Me encantan estos momentos de conexión con el pirata. Ese que sigue ahí, como las estrellas, aunque a veces no lo veamos. Anda, vamos para adentro que tienes que terminar de desplumarnos.

De mil amores. Oye, por cierto. Lo de la llamada… no creerías que realmente estaba hablando con Salva, ¿verdad? me dice mientras me devuelve el móvil.

Bueno, por un momento me has hecho dudar. Pero… en el fondo, yo sabía que no. miento, con una sonrisa nerviosa.

Como iba a ser Salva. Él no me llamaría a tu teléfono. La llamada era de tu abuelo, Mario. Está preocupado; me ha dicho que te dijera que tienes que mover pieza. 

¡Zas… en toda la boca!

2 comentarios:

  1. Leerte es volver a esa edad, sentir, vivir, jugar...
    Y haces que vea a Sara , tan nítida como la forma en que la describes.
    Como siempre, cautivada por tu capacidad oratoria...no lo dejes nunca!por tí, por todos!

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    1. Con comentarios así... como voy a dejarlo?? ¡¡Si me dan ganas de empezar siete relatos más!! Jejejeje. Gracias guapazaaaaa!!!
      Pero que digo yo... volver a qué edad, a los 30?? Si hace nada que los dejaste pipiola! Jejejeje

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